El sol tibio de invierno solo sirve de escenografía para cortar las bocanadas de aliento que largan 15 gladiadores, con barro hasta las orejas, cagados de frio pero con unas ganas tremendas de salir corriendo detrás de una pelota ovalada, mojada, patinosa.
Las uribarri pesan un huevo y medio, chuparon toda el agua del campo de juego, los Lions Cap se hacen cayo con los pies y se convierten en grandes bases de empuje y potencia. Nunca vas a sentir las piernas tan pesadas, el barro de nuevo, hace de las suyas.
Los gordos nos acomodamos entre pegados a la línea y separados para ir a cargar la bola endemoniada al medio de la cancha, si llega, sino a correrla y taparla con el cuerpo para ganar los primeros metros de cancha, rodilla al pecho, manos para embolsar, ajustarse al caer, darse la vuelta y el ruck cobra vida, sale por otro lado, se pierde, y va al line.
Nunca pude recordar todas las variantes de palabras clave para aprenderse el timming para el salto, pero a último momento sabés que te toca a vos, y tus compañeros te sostienen para que ningún contrario te haga "la cama", más de una vez caí de espaldas y los 120 kilos de cada pilar, los sentí entre las vértebras.
Mandíbula rota, ligamentes cruzados rotos, varios golpes en la cabeza, alambres en la boca, trompadas al aire, hand off, scrum y mall, es una filosofía que me formó para luchar contra adversidades, el perder por 80 puntos y salir a tacklear como si fuera la final del 6 naciones, el tomar la cerveza del tercer tiempo aunque no puedas levantar el brazo por el tremendo dolor de hombros por empujar hasta un bondi... parece una charla de masoquismo, pero no man, es Rugby, una pasión incontrolabre, una doctrina pagana que te inyecta ganas al borde del abismo, en momentos como éste, donde tenés que agarrar la bola como viene, apretar los dientes, bajar la cabeza y darle por el ciego, a morir.
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