Era otra tarde de otoño, había sido otro día más de los que calan profundo en los huesos.
Esos días donde el frio batalla con los últimos grados de calor, para ver quien de los dos la tiene más larga.
La independencia del clima, como referencia de una sociedad que día a día se desarma, como rosca de pascua barata de shopping palermitano.
Salió de su oficina, como todas la tardes, cargando la maleta marrón, llena de proyectos y discursos sobre prometedores de aire; aire que siempre termina mostrando fantasías para alguien que siempre quiere escuchar: fantasías de desamor, historias de frustración, no importa, historias al fin, que siempre alguien quiere leer o escuchar, siempre.
Eludió unos cuantos soretes de perro bien, típicos de la zona, de perritos de peluquería que apenas conocen el hambre y el frio, perritos de mesa de luz, pero que cagan como seres humanos y dejan sus residuos de balanceado importado impreso en las callecitas de este Buenos Aires, que siempre tiene un "que-se-yo".
Luego de las tres cuadras que siempre separan el auto de la oficina, de eludir soretes, de ver a las rubias platinadas eternamente colagenadas, se paraliza, se frena, vuelve a refregarse los ojos, pensando que esto no lo podía estar pasando a él. Pero si, le estaba pasando a él.
Un oficial uniformado, estaba parado al lado de su auto; justo ese día, despertó mirando las imágenes del tipo que fue apuñalado en el hospital más mistongo de Mataderos. Justo ese día, vio como diezmaban a un desnutrido dinosaurio Barney en la Plaza de Italia, mientras una turba de "niños" lo arengaban por la derecha y desde la izquierda "los niños" lo terminaban de robar.
Se acerca, acelera el paso, se le está por salir el corazón por la boca, no sabe como arrancar preguntando, llega hasta el auto, y no tiene nada. Le pregunta, era una oficial, de mediana estatura, de tez morena, con su pelo prolijamente atado, con esas camperas que parecen que abrigan, pero solo son un montículo de tela que apenas rompe el viento.
"le pasó algo a mi auto?" disparó sin medir respiración. "No, nada señor, no piense mal." acotó la oficial, con una sonrisa entre rictus y compromiso, como gran parte de los seres humanos que presos de los modales, nos olvidamos de ser nosotros mismos.
La charla se dio amena, repasaron los hechos vinculados con la policia, la carencia de "adicionales", la historia de su compañero que sacó un crédito y ahora no lo podía pagar. Las promesas de la presidenta, las falsas promesas de Garré (no Silvina), veinte minutos de charla amena. Él dejándole saber la preocupación por los uniformados y los tiempos de barbarie, ella reflejando su preocupación "por ustedes" los ciudadanos, en manos de nadie, en los brazos del destino, ese perro caprichoso que es generalmente presionado por esa perra llamada vida, que todos los días nos cambia los libretos.
Él, abrió la puerta de su auto, saludo a la oficial muy amablemente, casi agradeciendo en actitud corporal por la presencia de la mujer policía. Se sentó dentro. se acomodó. Prendió la radio, sintonizó su frecuencia favorita, sonaba "Ceremony" con el cover de Radiohead. Se puso el cinturón de seguridad, prendió las luces de posición, bajó la ventanilla, quizás para saludar por última vez a la oficial, pero no.
Sacó de la guantera, un 38 corto y la vació 3 tiros, entre la cabeza y el pecho, mientras ella se arreglaba el chaleco, pensándose segura delante del señor del auto gris. El vio como ella se caía desinflada, como un globo pinchado sobre la calle Oro, ahora teñida de rojo. Puso primera, levantó la ventanilla de su auto alemán gris y se fue mientras en la radio, sonaba "Helter Skelter" en la versión de U2.
Mientras tanto, en la gran ciudad, una nueva vida se extingue.
Martín Latrechina, contemporáneo.
En un intento de exorcizar demonios emocionales de una tarde gris.
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