Hay días donde no sabes qué querés almorzar. Desde algún lugar remoto de tu cerebro, te inclinaste por ingerir carbohidratos. Pensaste, es viernes, no vendría para nada mal acumular calorías, el invierno se anuncia desgarrador de tanto frío, es un buen momento para acopiar y templar al gordo que llevamos dentro. Mejor dicho, a males del alma, carbohidratos sanadores podrán ayudar.
Si
bien Buenos Aires está en el proceso al 21 de julio, aún el invierno no se hace
sentir. Apenas unas gotas molestas que provocan cubrirse las cabezas, intentan
tímidamente despertar bajas temperaturas. El viento que sube por Talcahuano a
la altura de Santa Fé, se torna arremolinado, te envuelve y te hace crujir los
huesos, son segundos, pero se siente.
En 30 pasos, y pasando la puerta de madera, los señores de blanco, que
sin ser pastores o sanadores, saben como curar una falencia afectiva, te ubican
en mesas diminutas, con sillas que de comodidad solo tienen el ímpetu.
La espera se hace amena cuando te dedicás más de dos minutos a
recordar las tapas y las notas que descansan sobre las paredes. Es como una
megatrivia contra uno mismo, interpretando imágenes, deportistas de shorts
ajustados, tenistas argentinas, modelos, boxeadores, todos ignotos y famosos,
como los personajes que describíó Osvaldo Soriano en “Artistas, Locos y
Criminales.”
La elección fue certera, “Fugazzeta rellena, jamón y muzzarela.”
Pasaron apenas unos minutos y la comanda se convirtió en realidad. Soberbia,
con presencia, el hombre de blanco la dejo sobre la mesa diminuta, estaba
indefensa y herida de un corte, así quedó dispuesta a ser saboreada.
Casi como una sesión amatoria, la seducción de los cubiertos, se
deslizaban entre el corte y la pausa. Subirla al tenedor, una caricia de
cuchillo para permitir enrollar la "muzarela" sobre el culito de
harina y levadura.
Hasta aquí una crónica gastronómica, porteña y de elección. Y como de
elegir se trata, y la moda es parte de elecciones, al menos de gustos y
pareceres, el humano que pertenece a este relato, a modo de virilidad masculina
demorada, intenta desaromatizar la barba rala y canosa que dan los cuarenta.
Los edores de las fieles cebollas, combinadas con la majestuosidad que aporta
la muzarella, forman un bloque de aromas que invade lentamente la barba del
adulto que la profesa.
Si bien los recuerdos, son momentos que se guardan en la memoria
visual o en la alegría olfativa, las canas del protagonista no fueron
suficientes para generar en ningún comensal un típico saludo argentino. Y ese
beso con aroma de fugazzetta quedaría para la posteridad, guardado bajo siete
llaves, durmiendo el sueño de los justos. Mientras tanto, ellos, los de la mesa
del fondo, sin miedo al sabor que deja el provolone de la pasión, no dejaron de
amarse.